Ulises Varsovia (Chile)

Hermano Lobo (Selección)


Búho. (Bubo bubo)

Cuando al bosque la noche
con su capa negra penetra,
y rinden su sólida vigilia los extenuados seres silvestres,
y ya no más que espeso silencio,
nada más que el soliloquio del agua
o el invisible roce de la brisa,

eleva de pronto el búho sus claves,
su idioma que la luna entiende
y enhebra con sus rayos de plata.

Y la noche muerta mira,
la noche mira por dos pupilas
fijas, redondas, centelleantes,
clavadas, sumergidas en su hipnosis,
como si la luna hubiera abierto
dos orificios de fiebre en la sombra,
o llamearan dos ascuas insomnes
desde las vetas del fósforo.

El búho en la densa tiniebla
abre su imperceptible vuelo,
y parece el ángel de la muerte
cayendo sobre aterradas criaturas.
O un espíritu de ultratumba
cerniendo su entidad extinta
sobre nocturnos transeúntes.

Y el bosque sumergido en su mutismo
calla cuando el señor de la noche
cruza con sus ojos delirantes,
cruza escrutando todo lo viviente.


Ardilla. (Scirius vulgaris)

Gracioso pícaro de la arboleda
deslizándote de rama en rama
como un equilibrista de la altura
brincando, trepando, haciendo piruetas,
libre de vértigo en el trapecio
de las frondosas encinas,
audaces tus menudas patas
columpiando tu cuerpo en el aire,
alegre en la libre atmósfera desnuda.

Cuando tu caudaloso rabo flamea
volando tras tu regocijo
por las altas copas de los arces,
o cuando asoma tu inocente testa
como una cimera de piel juguetona,
o pende de ti indiferente
continuando tu magnético pelaje,
¡qué noble elegancia de líneas
uncido a ti como un cometa cautivo!

¿Dónde ocultas tus trazas en el bosque,
dónde está tu nido de gimnasta
balanceándose en los aires,
atiborrado de cónicos frutos,
tu despensa de rubicundas bellotas?

¿Dónde amamantas tu lúdica prole,
tus aprendices de magos del aire
desplegando ya sus gimnastas atributos,
con sus ojos cupulares
y su vientre como una mancha de nieve?

¿Dónde iremos a buscarte, gracioso,
cuando el frío descoyunte la arboleda,
y una gran alfombra alba se extienda
asediando tus menudas resistencias?


Castor. (Castor fiber)

Tu saber de alta ingeniería
heredó los viejos diplomas
de constructores hoy sumergidos,
cuyo hidráulico domicilio
sobrevivió las edades del saurio
porfiando en las ciénagas del pleistoceno.

Al nudo de la corriente
arroja tu ojo mensor
un bosquejo de vegetal alcázar,
y a las fluviales raíces
de esbeltos centinelas forestales
amarra tu atávico instinto
tu hogar de lodo sobre enramada.

Una bóveda silvestre
se eleva sobre el nido
de vegetal argamasa,
y he allí tu fortaleza
de señor fluvial erigida
en mitad de las rápidas aguas.

Por la bosqueril ribera
con tus dentales atributos
estrangulando mudos testigos,
derribando egregios patriarcas,
desmenuzando olorosas materias.

Y rama sobre rama tu juicio
doblega el músculo de la corriente
y obliga el nivel del agua.

Nadie más que tu atávico instinto
conoce el lugar sumergido
de acceso a tu insular alcázar.
Inaccesible es tu reino,
tú, ingeniero de alta escuela,
fluvial leñador diseñando
en tu hidráulico domicilio.


Erizo. (Erinacëus)

Hace sesenta millones de años
emergieron tus minúsculas orejas
a capturar los ruidos de la noche,
y desde entonces tus prehistóricas patas
hollan la ruta de prófugos insectos.

A tu olfato inverosímil
van a parar incorpóreas substancias
como invisibles señales de vida,
y un reguero de luz imperceptible
guía tus pesados pasos
de cazador nocturno.

Cómo no amar tu ingenua existencia,
pequeña fortaleza andante,
cómo no sucumbir ante el rictus
de extrema inocencia de tus ojos
apenas emergentes en la espesura.

Un mar de apretadas lanzas
brama su aguda amenaza
erizando sus hostilidades
de dura córnea inquebrantable.

Ovíllate de púas aceradas,
envuélvete de un cerco impenetrable,
rodea tu exigua figura
de un valladar de afiladas puntas,
huye a tu armadura de espinas
cuando afilados colmillos te acosen.

El otoño se te ha echado encima,
y tu nariz de sensitivos sensores
agudiza sus sutiles filigranas
tras las etéreas huellas disueltas.

Largo será tu clandestino sueño
sumergido bajo yesca y hojarasca,
profundamente hundido en el invierno,
mientras afuera la nieve prorrumpe
en ráfagas de gélida inclemencia
estrangulando el tránsito de alas y patas.


No despiertes en el mundo, pequeño,
no abras tus ojos en la luz enferma,
retrotrae tu cerrado sueño
a la edad rebosante de climas,
a la edad cuando el viejo planeta
irradiaba su fresca salud en torrentes,
en bosques de embalsamado aliento,
en integridad de la madre silvestre.


19. Jabalí. (Sus scropha)

Por los húmedos bosques de Europa
bandas de maleantes merodean,
y someten a un alto tributo
los huertos y sembrados aledaños.

Cruzan en formaciones tribales,
y a su paso sucumben cercas,
colonias de patatas sumergidas,
rubicundos maizales rojos,
bulbos de subterránea protuberancia.

En vano lidia la acribia del frío
contra su piel de cerdas erizada,
dura de corteza y resistencias.

Su trompa de golpe interrumpida
busca en el áspero suelo sus presas,
desenterrando frutos clandestinos
inmersos en la maraña del subsuelo.

No les veréis transitar por las sendas
de espinales y duros abrojos,
que sólo sus estoicas patas
arrostran con su incansable trote.

No les hallaréis si vais tras sus huellas
a través de indómitas rutas,
que apenas el puercoespín, o el erizo
y el riguroso tejón seguirían.

Pero si encontráis su salvaje figura
reunida de cerdas y gruñidos
detrás de sus dos puñales curvos,
no acerquéis vuestra amenaza a sus cerdas,
no toquéis su intimidad silvestre,
no desafiéis los espíritus del bosque.



Ulises Varsovia, chileno, actualmente reside en Suiza, es poeta, escritor, profesor universitarios periodista, comentarista y escribe para la prestigiosa revista Alhucema de Granada.

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