Por José Pablo Quevedo
Este nuevo libro de poesías de Emilio Ballesteros, debió haberse llamado “Azul Silente”, pues sus primeros manuscritos los conocí de la misma mano del poeta, allá en su bella Granada, hace pocos años, y sobre el conjunto de sus poemas hice algunos apuntes. Ahora, a este libro impreso, Mi nombre es nadie, su autor ha agregado otros poemas, que han cambiado en muchas partes el sentido de mis reflexiones.
Mi nombre es nadie está formado por dos partes substanciales. En la primera, el poeta medita sobre la existencia del hombre, en pares contradictorios, como son la vida y la muerte; también poetiza sobre la relación del ser con el tiempo que le es asignado, breve, en relación con las cosas, con el cosmos, con la evolución de la vida y las diferentes épocas donde el mismo hombre tramonta, o él mismo deviene diferente. El poeta, en esta parte, va a la totalidad de las cosas, al tocar temas substanciales como son la existencia y el tiempo en relación al ser.
También, Emilio Ballesteros nos entrega en la segunda parte de este libro, una poesía bien lograda, madura y competente en su forma y contenido desde el primer soplo de su creación. Ella nos recrea en toda la percepción de nuestros sentidos, siendo como el remanso de una filosofía de la cotidianidad, de la sensibilidad, que traspasa lo sensorial y que apela a nuestros sentidos para describirse en toda la extensión de la metáfora.
Creación del goce estético y recreación de lo poético en la misma unidad de la reflexión, es lo que origina el poeta con la creación de sus versos, y exige a sus lectores a condicionarse, y a estar cerca de las cosas, para medirlas, apreciarlas o valorarlas en sus medidas de eternidad o efimeridad, en su crecimiento o disminución, en su reposo o mutación, en sus colores y olores, como también en su arquitectura simple o virtuosa. Ellos son los nudos o vasos comunicantes e integrantes del libro de poemas.
¿Qué puede ser verdad sino la muerte?
Se pregunta el poeta, pues le inquieta el tema de la eternidad, del tiempo, la vida y la muerte.
El tiempo físico, es un producto del estado o de los cambios continuos de la materia. Materia sin tiempo y espacio no existe, como tiempo y espacio no pueden existir sin materia. Ellos son formas de existencia o del movimiento de la materia. El tiempo real es, pues, el cambio que está dado en las cosas mismas. El tiempo se da en la misma naturaleza, en el cosmos, que se transforma por su propia causa, por su automovimiento.
En cambio, el tiempo subjetivo es el reflejo del movimiento (s), de la realidad (s). Y es la conciencia social la que lo refleja, la que produce esas ideas o imágenes en la materia altamente organizada, que tiene el cerebro como su centro rector.
En el tiempo subjetivo, organizado en la conciencia del hombre, el poeta ve estos cambios, que se determinan en la naturaleza (materia-energía-evolución-transformación-el devenir), más permanentes y más largos en sus fases de desarrollo. Pero el poeta se introduce en la historia (s) de la Humanidad, como si estuviera dentro de una máquina del tiempo para captar y comparar las diferentes existencias pasadas y presentes.
Vislumbrando los planos de su fantasía y la actividad pensante en esta acción comparativa del poeta, ya no podemos quedarnos en el plano de lo sensorial. La poesía de Emilio Ballesteros se nutre de coordenadas creativas de esa magia que es el tiempo. Y sobre el tiempo y la existencia también por su fascinación y animación, se han escrito diversos libros últimamente.
Creación-destrucción son las leyes usadas por el método metafísico. Pues creación y destrucción es algo físico que resulta del movimiento circular, mecánico y perpetuo de los cuerpos. Pero Emilio va más allá de ese deduccionismo. Emilio Ballesteros, adecua la existencia del Hombre en el centro del tiempo, y desde allí, nos inunda con sus reflexiones. El poeta sabe que los procesos sociales operan en y con la conciencia de los hombres, y que desde este acto de transponer o adecuar el raciocinio con la palabra en sus comparaciones, derivan los conceptos.
Tiempo es vida, tiempo es muerte
Me parece ver a Emilio Ballesteros, fijando el tiempo en el momento y la eternidad, en su devenir, como una ola que se hace y se deshace, que se construye y se destruye en los instantes, que va, llega a la orilla y de allí se reconstituye. En Emilio Ballesteros, ese tiempo de ver las cosas es lineal o circular.
Mi nombre es nadie./Soy un chasclazo de barro contra el tiempo/ que se disuelve en la Laguna, aguas de bronce, /de la Eternidad./Soy como tú. /Tú morirás y ellos morirán.
Nadie, o los Nadies son Todos, en el tiempo subjetivo de Emilio Ballesteros, adherido a pares singulares o plurales en estado existencial, en referencia de los hombres en su totalidad. Nadie / Todos, no son antónimos en la disposición del discurso, en donde el tiempo mismo se mide desde coordenadas subjetivas.
El Nadie de un nombre es también el de Todos, es el raciocinio del poeta que surge frente a la relación comparada del ser (individuo) con las galaxias, la materia y la energía extendida en los espacios siderales, a la gran masa de energía en el cosmos desatada, frente a la casi eternidad del movimiento y tiempo (s) que las abarca. Esta pregunta es casi metafísica, evolutiva o matemática. Lo que somos o significa la existencia frente a ellos, es algo breve, pequeño, un momento frente a la eternidad.
El poeta escribe: Cada momento es el momento. /Cada segundo tiene en sí la eternidad. Tautología del ser en el raciocinio del poeta, que deriva también del raciocinio existencial, de ver como un espejo épocas de vivencias casi parecidas en los hombres. No digo, dentro de mi esquema, repetitivas. Pues el tiempo es eternidad y es momento, es relativo y absoluto. Eternidad, entendida dentro del desarrollo de las leyes de la materia, y el momento que es dado, en lo existente. Algo, que es (momento),y algo que se sigue haciendo, y que se procesa en un continuo infinito.
En las estrellas hay un polvo misterioso,/ Como un camino…/ Y no sabemos dónde va./ Si soy Picasso, Hernán Cortés, Homero o Shakespeare,/ Napoleón, Yahya o Cervantes, / qué mas da./ Vendrá el silencio de la Noche / y la tormenta / y amplios desiertos, / piedras rojas en su faz./ Vivo el momento, soy feliz / Y soy Ninguno./ Mi nombre es Nadie./ Como tú.
El poeta entrecruza las leyes del universo, del cosmos y de la naturaleza con las leyes de la sociedad para buscar una fórmula comparativa, para centrar al hombre y el ser de la existencia social, la vida y la muerte. Y con ello, se va impregnando más el tiempo subjetivo existencial en el raciocinio del poeta. Pero: hay un sí y un no, en este raciocinio desde el punto de vista histórico. Lo que somos, en ese segundo es diferente en cada época tramontada por el hombre. Época, entendido dentro de los cambios sociales realizados por el hombre.
El vendaval de la existencia es remolino / de siglos que se van./ Humo y cenizas.
Cosmológico, también es Emilio Ballesteros, cuando, nos dice que las estrellas determinan el curso de la vida, haciéndose con el polvo misterioso a sus caminos, pero al poeta esa duda también lo impulsa, por no saber, a dónde va ese camino del hombre, de no saber quién será, definitivamente. Pues todo lo que pasa y deviene, se mueve en ese rumbo, asignado por las estrellas. Vivo el momento, soy felíz/ Y soy Ninguno./ Mi nombre es Nadie. Como tú.
Segunda parte: ¿De dónde saca Emilio Ballesteros su belleza silente?
“La belleza silente”, allí, entre los cantos de esas fuentes de aguas rumorosas de Granada ha nacido, y este libro de grandeza es un canto a la convivencia humana, a la filosofía cotidiana de la vida y al amor, pues es un libro que hay que reflexionarlo casi saboreando cada frase. El azul que tiene la poesía de Emilio Ballesteros, es como el éter que en su reposo expansivo hay que meditarlo con los ojos cerrados para verlo.
Por eso, sus minipoemas o versos escritos en una o dos líneas, nos conduce a nuevas elípticas del raciocinio y del gozo estético. También este vate ha escrito versos de tres y de cuatro líneas, y más largos, en versos libres. Ellos llevan musicalidad de guitarras dulces y de pianos a lo Mozart, sin llegar a ser rimbombantes o pegajosos.
Este libro se expande en el silencio azul de la palabra creada como una filosofía de la vida cotidiana, tan necesario en una época “globalizada”, en donde las naciones poderosas acentúan la imposición de su política, la praxis de una filosofía irracional, llamada “lucha de culturas”, en donde no hay no respeto por las culturas y tradiciones de otros países y naciones, en una política de intolerancia y de avasallamiento. Sé que como poeta y como hombre ilustrado, Emilio Ballesteros, con su verbo llega a otras orillas y de ellas también recoge otras experiencias de la vida y su filosofía, y este es el humanismo tan necesario para el hombre y el poeta de estos tiempos.
Los versos de Emilio Ballesteros, están hechos para la meditación del lector y son de doble vuelo, hechos de preguntas y respuestas, como paradojas o parábolas que describen uno o dos cursos vitales en un camino humano; uno, para invitarnos a la reflexión sobre un objeto, utilizando a toda prueba nuestros sentidos; y lo otro, para hacernos gozar poéticamente. Digamos que el poeta busca la respuesta, en su forma contradictoria, no de manera racional, sino desde el campo literario elemental, que me parece, como el juego de la flecha, como en la antigüedad lo hacía el filósofo Zenón de Elea.
¿Por cuántos espacios pasa una flecha? ¿Cuántos espacios necesita la flecha para llegar a su objetivo? ¿Cuántos espacios necesita la poesía? ¿Regresará la flecha al punto de partida? ¿Es algo posible? Lógicamente que Zenón de Elea no conocía el bumerang, o el tiro con efecto en el fútbol, para hacer el gol, pero es posible que en lo oscuro de su filosofía se hacía esa pregunta. Nosotros buscaremos de hallar una respuesta en el método de trabajo de Emilio Ballesteros.
Suponemos que este vate ha hecho esta elíptica literaria de forma intuitiva.
Se necesita de la disponibilidad del tiempo, del reposo relativo, del reposo absoluto. Se necesita de los sentidos y del raciocionio. Se necesita ver con los sentidos del poeta. El mundo pragmático y usual no está en esa línea.
Trazar líneas y coordenadas, lograr parábolas, buscar el lenguaje de las contradicciones, de la dialéctica en su camino regresivo, buscar la unidad del tiempo, lograr en una sóla metáfora ese proyecto poético es el esfuerzo de alfareros, del albañil dentro y fuera del trabajo de una pirámide, de alquimista, y de hombre conceptuando la simpleza en la complejidad del trabajo reflexivo. Puntos que se extienden en otros y que se forman en interrogantes, otros que se cierran, otros que se forman para una conversación de puntos y comas en trabajo permanente.
De esa alquimia, ganamos todos.
Preguntarse y responderse, es la sabiduría de lo elemental de los sabios que han caminado desde la antigüedad del “Viejo Mundo”, y eso también ha sido la filosofía del mundo árabe, cuya vida está basada en proverbios, de hacer cuentos en miniatura, de laboriosidad en el hacer de joyas preciosas, y también el buscar el saber experimentando en esos relojes del tiempo y de la alquimia, siempre preguntando al tiempo de la arena, de lo efímero, de las rosas, de las aguas de las fuentes, del devenir y transitar del hombre por la vida. Una filosofía de la contemplación y de la praxis diaria, en la cual la misma arena fórmase en una montaña. Tal vez, así, Emilio Ballesteros, tratando de resolver aquellos eternos problemas, halle en esos artificios las expresiones de belleza humana, y en esa insistencia, elevar las cosas a su trascendencia.
El poeta nos lleva de la mano, por los caminos de la Existencia, de la Belleza, del Amor y de la Vida que va plasmada dentro del quehacer cotidiano de lo reflexivo.
Círculos de lunas, apuntan su ir y venir, nos conducen a los Alfas y Omegas de ese cauce.
El azul es silente, y lo silente es lo reflexivo, es la metáfora que contiene cada cosa. La filosofía de lo simple, de lo cotidiano que es necesario y que está en la vida y dentro del hombre y que tiene sus propias reglas, y el poeta las resuelve como pelando una cebolla, como descascarando una naranja.
Ante un oasis, o ante una palmera el poeta reflexiona.
La reflexión sobre el mundo de lo cotidiano, necesita de la meditación, del reposo, y esa forma de atraerlo es la forma de sustraerse al objeto. La belleza que necesitamos, que forma nuestra existencia, que meditamos en el silencio tiene sus reglas; el silencio impera en lo reflexivo y es lo que acude como si fuera llamado por una palmada cuando lo necesitamos.
Esa belleza (objeto), es vista por las sensaciones. Ellos son la luz, el agua, el tiempo, las rosas, los insectos, el hombre mismo, creadores de obras y de cambios. Y nos entregan diversos cuadros de contemplación, esas cosas, muchas veces, no están descritas por los libros, sino, hay que verlas con los sentidos de poeta, pues esos objetos son amplios, y esa amplitud hay que saber medirla, tanto como buscar la palabra adecuada para darle un contenido. La belleza no se puede captar solamente de una manera racional, o tratando solamente de hacer uso de las facultades sensoriales, como visualizando una cosa.
Esos mismos objetos están dinamizados por la contemplación subjetiva del hombre, y éste recoge de ellos su historia, sus devenires, el proceso de su transformación posible. Este proceso de reflexión es un todo que se refleja en la mente del poeta, es decir, el objeto es más que el propio objeto dado o sensorialmente existente. El objeto es la cáscara de una cebolla que se va sacando lentamente: Pasado-presente-futuro, se ven igualmente, como en un querer introducirse a una máquina del tiempo.
Por eso, esa comunión del objeto y el poeta se convierte en una metáfora azul.
Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta romántico español, había escrito, anteriormente “que mientras halla un misterio, habrá poesía”. Y a ello, en parte, pero dentro de otra dinámica también apunta Emilio Ballesteros, para desarrollar el campo de su poesía dentro de su imaginación.
En lo silente de la belleza, nuestros órganos sensoriales se hacen más intuitivos, nadan en sus preguntas y respuestas, que es como estar ante un río de la Vida, que es como situarse ante el río de Heráclito. Pero allí, uno no se baña dos veces.
La metáfora del poeta tiene un carácter de dialéctica regresiva.
Aquí, la dialéctica va en doble sentido, no es un acto mecánico, ella tiene diversos carriles, que es como navegar en una autopista imaginativa o real: Pregunta y respuesta tienen una sola mira. El tiempo deviene, va y viene y así fluye la poesía. Emilio Ballesteros alimenta la contradicción, que surge por su carácter de oposición. El ir y venir: Deviene en una respuesta. Y Emilio Ballesteros da una respuesta poética de acuerdo a la dinámica del tiempo actual, de acuerdo a los instrumentos que este ofrenda, de acuerdo a su orfebrería.
Los órganos de los sentidos: manos, pies, oídos, y su mismo cuerpo, están cerca de las fuentes de lo cotidiano y las preguntas se hacen a la marcha regresiva, en una dialéctica poética de sucesiones y regresiones que mantienen sus cuadros abiertos.
Me complace el juego de esa magia que el poeta nos ofrece, su forma metafórica de interrogar, su forma de resolver el artificio y de responderse. Y claro, deja la pregunta abierta a la reflexión del lector.
Digamos: El verso cae horizontal como la lluvia, y a veces, acudimos a lo horizontal, como asistiendo a una puesta de sol o nos ubicamos a la salida de este astro. El poeta nos recrea en sus ambientes, y con él, seguimos sus artificios, atentamente.
La luz se le revela, la sombra crea ese mundo de formas. “Si miro con tus ojos, ¿quién contempla mi noche?
El poeta echa la continuidad de los pétalos de una rosa a una fuente, los hace y los rehace, los cuenta. Los poemas en miniatura son también mini-cuentos, hechos de versos en una línea, o dos.
En cada verso hay un cuadro, y en cada cuadro otro más pequeño. La intención del poeta se hace expansiva. Historias que se saben contar de un solo pincelazo puesto en la línea de una metáfora, de un solo color que abre reflexiones, y ellas son historias o ventanas abiertas, que antes de entrar hay que saber “saltar”, para no quedarse en el preámbulo.
Él nos explica con su escritura, que el versolibrismo (verso libre), puede contener hasta un sólo verso. ¡Suficiente para un pensar tan maduro y de contenido en la línea de la metáfora, en donde también el lector puede impulsar su propia historia con sus propios pensamientos! Pues al lector no solamente se le recrea, sino se le hace también participar en forma reflexiva.
Las cosas que rodean al poeta son los elementos cotidianos y hasta efímeros; hay también en su meditación seres pequeños animados y reflexiones acerca de sus estrategias de vida, de subsistencia. Los rincones, la oscuridad, la luz, la noche lo atrae en ese mundo de lo real y de lo sensorial.
El poeta desde el rincón de un jardín observa, su vigilia capta las cosas en su transición, y él se recrea contemplando, buscando la pregunta, tendiendo la respuesta. Y el sí y el no se contradicen: Tener ojos y no tenerlos.
El poeta también apela a los sentidos, descubre, imagina a partir de lo real que se da en el mundo. Su observación le sirve para imaginar, y ella, la alcanza a través de superar los diversos nudos de preguntas y respuestas, después halla el camino de la antítesis posible, y esa antítesis es metáfora poética de lo intuitivo y de lo sensorial, unidad del mundo de lo real y los sentimientos que coexisten en el poeta.
La regresión tiene una respuesta. El responderse a sí-mismo es querer entregarnos una filosofía de la vida. La línea de la forma poética se hace filosofía de la estrategia de la Vida y de la Existencia de lo cotidiano.
A veces, la laboriosidad de un ser pequeño, como la araña crea la belleza de una obra. La subsistencia crea la obra continua y de belleza. Lo insuperado es lo que abre preguntas y respuestas.
La belleza silente es el libro que se hace a base de reflexiones, de las propias sensaciones humanas y de las cosas cotidianas. No todas las respuestas están en los libros. La existencia humana las genera. Ellas están impuestas por el impulso intuitivo, surgen de la necesidad de lo repetitivo, de la observación de las cosas que se suceden, que pasan y que son sentidas por los hombres, y surgen por el afán de darse una respuesta.
En “La belleza silente”, hay versos que se parecen a las ramas de las palmeras, que ante la luz o el viento cada una alumbra a su forma, nos llega a las sensaciones de otra manera. En los versos del poema, “Cementerio o jardín”, su filosofía de la vida le crea la imagen de ser algo parecido, no opuesto en un mundo que ve las cosas desde otra perspectiva, algo en donde los mismos objetos convergen con lo elemental, lo dado anteriormente en la fantasía de lo que es originario, y no están envanecidos por la mentalidad mercantil de las cosas. Precisamente el poeta escribe:
¡”Mi cuerpo hacia la tierra!,/ raíz con las raíces, que nunca tenga nadie/ en una caja inscrita la cárcel de mi muerte./ Como no somos nada, quiero sentir que es el Todo/ me traga en su arrebato de rayo desatado.”
También hay versos hechos de un capricho denso de contrastes, como luz y sombra, como agua y fuego, seco y mojado, etc., ellos permiten a Emilio Ballesteros generar coordenadas de oposición en el raciocinio, y en otros, hallar la explicación valedera.
“”Tengo mi corazón al sol. ¿ Y si llueve esta noche?”
Sé de la luz porque bajé al infierno./ Hablo a la roca de lo blando del agua.
Y otros, donde el poeta está detenido ante la luz proverbial que le llega a los sentidos, que le invitan a esta reflexión.
“Hilos de luz se filtran por mi pecho / y me cuelgan de un tiempo detenido”.
Pero, también el poeta intuye las emociones humanas, lo que es ciego, la furia, lo violento, lo necio, y nos invita a reflexionar, antes de cometer un desatino.
¿”Dónde vas, ciego de furia?/ Mira tus manos de barro. / Cuando te coja la lluvia / ¿con qué aferrarás el fardo”?
Metafórico, coloquial también es este vate, en el poema “La voz salvaje”, en donde, desde una perspectiva futura, “como animal salvaje”, - o a la manera virginal del ser histórico-, este viene al tiempo presente a ocuparlo nuevamente. Este poema pleno de conciencia de la memoria histórica pasada y de los desafíos del presente, nos entrega en su discurso un nuevo carácter adquirido por el ser humano, y deja abrir sus nuevos rasgos ya adquiridos para el presente. El poeta escribe: “Yo soy amigo del noble y soy feroz con el cruel/ y del pedante me alejo para no reírme de él. /Sé lo que sé y busco siempre saber lo que es saber./ Con lo que siento me enciendo./ Con lo que no me da igual...”
Me complace el humor fino e irónico también de Emilio Ballesteros, hecho de una metáfora de moralidad y de enseñanza. Él escribe: “Miré una mosca sorber la leche. Vi su belleza perturbadora”.“La brisa encendía el humor de las hojas (no hay errata).”Lucharon miles de años por la cima/ y cuando la alcanzaron se quebró.”
Hay otros temas en la poesía de Emilio Ballesteros, pero ahora, solamente me detengo en estas breves reflexiones sobre sus poesías. Hoy, solamente, deseo saludar esta bella conquista de la Palabra con estas pocas líneas.
José Pablo Quevedo
Bernau, Octubre del 2007
http://www.josepabloquevedo.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario