Evocación sobre el puente KIMIRI
Entre lo inimaginable y el contraste, el ser atravesado
por la tenue y oculta incandescencia de un levante andino,
menos inca en la sórdida nebulosa de Chosica;
pero en otro tiempo cara y cruz de un sólo espacio
y de tierra, polvo y horas de sortilegio, esquivando
improbos minutos más allá de los picos incansables...
Nos abrimos a todas las cumbres, y esparció su semilla
el empinado, enarbolando su áspero recorrido.
Se retrataron los metales, desde las huacas invertidas,
ante un sol de estío; y los mineros espejos,
sobre una serpiente de lagunas y cerros, mordidos
por la rueda de la luz que las hizo hebra huidiza,
hacia las selvas puras. Y la consciencia de un rayo
que golpea en la roca y en sus múltiples costales.
Porque la explotación del hombre es la misma
en todo lo 'explotable', espacios sin principios...
La miseria se hace humana cuando los 'llevateros'
se prenden a las alas para sobrevivir al raso vuelo;
el alma de lo antípodo es ajena a su origen,
y el pecunio se convierte en su principal fundamento.
La mirada picuda del Ticlio, ante el alto cielo
y aún a un sol negado, nos habla desde La Oroya
y Morococha, sobre la perspectiva de su alunizaje
en la aguardada foresta, velada y en penumbra,
porque los 'seres imaginarios' no vienen
a estos escenarios de soledades inmensas.
...Sabemos que sus recelos son inocuos,
que su 'omnipresencia' jamás dejaría una huella
más acá de las estrellas y de nuestras narices,
si no existe una emoción, el ideal anhelo,
la búsqueda vital del audaz viento del ave libre
que la cumbre eleva reclamando su verdad.
¿Para qué hay filones de oro y palacios
de piedras preciosas, si el mismo dios
puede construir mil templos en segundos?
La cardinalidad de la 'Rosa de los Vientos'
es caprichosa y cruel con los sones naturales;
ellos nos acompañan, los llevamos interiorizados
y nos abren sus latidos de expresión telúrica,
aventando la necesidad de comunicarnos
con la sintonía valiente de su presencia.
El tiempo del hombre es su propia experiencia,
su reflexión ante la vida; y es un león que nos devora,
al que hay que enfrentar la sabiduría y bagaje
del 'Gran Consejo', en el minuto exacto
de la hora consecuente, con la medida certera
del yunque inalterable, en un ideal de existencia.
Bebimos el sosiego y la bravura del Chanchamayo,
enésima fuente generadora de lecciones de vida.
Con él absorbimos la vivaz materia de los plurales
y eternos verdes, de las raíces fortalecidas,
que nos enseñan la esencia histórica del guacamayo;
en la metáfora original forjada por el viento,
con el silbido errante y cierto del ancestro grano,
auténtico, trashumante, abrazado a los sentidos.
¡Ah, el intelecto tintinea como la estrella fulgorosa,
y rompe su luz cerebral para llenar el espacio!
El hombre se desarrolla y dios queda solo,
vacío ante toda laguna, donde entera y circular
la Luna brilla, sin eclipses; se va, y se va sin pena,
potente y clara, plena y referente, porque alta vive
sobre las cumbres y los ríos que se la llevan...
Lucha, amor y resistencia, memoria
que toma estos ríos y la Luna sobre el hombro.
Al pairo de la selva -aunque los 'moscos' nos hieran-,
la tarde navega con su rumbo feliz, edificante,
a punto de que el Sol fecunde el horizonte
tras rondar en tres cimas de batallas luminosas
y mil sombras que el fluido divide en sus riberas;
tendiendo su luz benefactora y constante
en acentos que un soplo ata y desata
al curso libre e incesante de los pueblos,
que un día abrazarán limpia aquella aurora.
Entre lo inimaginable y el contraste, el ser atravesado
por la tenue y oculta incandescencia de un levante andino,
menos inca en la sórdida nebulosa de Chosica;
pero en otro tiempo cara y cruz de un sólo espacio
y de tierra, polvo y horas de sortilegio, esquivando
improbos minutos más allá de los picos incansables...
Nos abrimos a todas las cumbres, y esparció su semilla
el empinado, enarbolando su áspero recorrido.
Se retrataron los metales, desde las huacas invertidas,
ante un sol de estío; y los mineros espejos,
sobre una serpiente de lagunas y cerros, mordidos
por la rueda de la luz que las hizo hebra huidiza,
hacia las selvas puras. Y la consciencia de un rayo
que golpea en la roca y en sus múltiples costales.
Porque la explotación del hombre es la misma
en todo lo 'explotable', espacios sin principios...
La miseria se hace humana cuando los 'llevateros'
se prenden a las alas para sobrevivir al raso vuelo;
el alma de lo antípodo es ajena a su origen,
y el pecunio se convierte en su principal fundamento.
La mirada picuda del Ticlio, ante el alto cielo
y aún a un sol negado, nos habla desde La Oroya
y Morococha, sobre la perspectiva de su alunizaje
en la aguardada foresta, velada y en penumbra,
porque los 'seres imaginarios' no vienen
a estos escenarios de soledades inmensas.
...Sabemos que sus recelos son inocuos,
que su 'omnipresencia' jamás dejaría una huella
más acá de las estrellas y de nuestras narices,
si no existe una emoción, el ideal anhelo,
la búsqueda vital del audaz viento del ave libre
que la cumbre eleva reclamando su verdad.
¿Para qué hay filones de oro y palacios
de piedras preciosas, si el mismo dios
puede construir mil templos en segundos?
La cardinalidad de la 'Rosa de los Vientos'
es caprichosa y cruel con los sones naturales;
ellos nos acompañan, los llevamos interiorizados
y nos abren sus latidos de expresión telúrica,
aventando la necesidad de comunicarnos
con la sintonía valiente de su presencia.
El tiempo del hombre es su propia experiencia,
su reflexión ante la vida; y es un león que nos devora,
al que hay que enfrentar la sabiduría y bagaje
del 'Gran Consejo', en el minuto exacto
de la hora consecuente, con la medida certera
del yunque inalterable, en un ideal de existencia.
Bebimos el sosiego y la bravura del Chanchamayo,
enésima fuente generadora de lecciones de vida.
Con él absorbimos la vivaz materia de los plurales
y eternos verdes, de las raíces fortalecidas,
que nos enseñan la esencia histórica del guacamayo;
en la metáfora original forjada por el viento,
con el silbido errante y cierto del ancestro grano,
auténtico, trashumante, abrazado a los sentidos.
¡Ah, el intelecto tintinea como la estrella fulgorosa,
y rompe su luz cerebral para llenar el espacio!
El hombre se desarrolla y dios queda solo,
vacío ante toda laguna, donde entera y circular
la Luna brilla, sin eclipses; se va, y se va sin pena,
potente y clara, plena y referente, porque alta vive
sobre las cumbres y los ríos que se la llevan...
Lucha, amor y resistencia, memoria
que toma estos ríos y la Luna sobre el hombro.
Al pairo de la selva -aunque los 'moscos' nos hieran-,
la tarde navega con su rumbo feliz, edificante,
a punto de que el Sol fecunde el horizonte
tras rondar en tres cimas de batallas luminosas
y mil sombras que el fluido divide en sus riberas;
tendiendo su luz benefactora y constante
en acentos que un soplo ata y desata
al curso libre e incesante de los pueblos,
que un día abrazarán limpia aquella aurora.
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Poema a dos manos construido por José Pablo Quevedo y Andoni K. Ros, a orillas del río Chanchamayo, sobre el puente Kimiri (de 1905), la tarde del 26/07/2013, selva de Perú.
Poema a dos manos construido por José Pablo Quevedo y Andoni K. Ros, a orillas del río Chanchamayo, sobre el puente Kimiri (de 1905), la tarde del 26/07/2013, selva de Perú.